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¿Quién soy? Y más...

  • gdromill
  • 11 may 2021
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 22 nov 2022




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Nací en la década de los noventa, un 19 de enero. De niño me fascinaba dibujar; talento que desarrollé y sigo manteniendo a mi edad, en un país que difícilmente lo reconoce como un oficio.


Entrando a mi adolescencia, seguí empeñado en afinar mis técnicas de dibujo; teniendo de inspiración los personajes de cómics populares, y las series animadas, más algunas películas de anime que son consideradas clásicas, hoy en día.


Recuerdo haber sido indiferente a la literatura. Confieso que mi apego a la literatura llegó después. Fue en la universidad donde descubrí un mundo de letras que me apartó un poco de la afición que ya tenía. Comencé leyendo a Gustavo Adolfo Bécquer, y digo, por interés, no por obligación académica. Su libro “Rimas y Leyendas” me atrapó con su musicalidad, esa de profundas reflexiones.


Después de mi primer maestro, vino el segundo, otro maestro de las letras: Rubén Darío. Con él me atreví a profanar la atención exclusiva que le daba a las artes visuales. Fue con su “Azul” que descubrí la genialidad prístina de la poesía hispanoamericana.


Neruda, siendo un gigante, me abrió las puertas de la América Hispana del Siglo XX, al leer “Veinte Poemas de Amor (…)”. A través de él comprendí la metamorfosis de la poesía en la región, inferida por el amor romántico, los conflictos sociales, y las violencias normalizadas, a la vez repudiadas con cánticos acompañados de cacerolazos.


Bécquer, Rubén y Neruda, son para mí lo que Osamu Tezuka, Kazunori Itō, Genndy Tartakovsky, y Stan Lee, representan en mi desarrollo como artista visual aficionado.


¿Cuándo empecé a adentrarme en la escritura creativa?

Empecé aproximadamente a los 18 años.


¿Qué me inspiró?

Si vamos a eso, me inspiró el amor romántico. Todo empezó con una chica que me enamoró, durante mis primeros años de universidad. Ambos teníamos casi la misma edad, y sentí que la mejor manera de enamorarla era con poemas propios. Lo irónico es que de la poesía que vi en su belleza, me enamoró en sí, la poesía misma (al grado de que se volvió mi amiga, y posteriormente: mi amada). Así pasó, leí antes de escribir, y escribí, no sin antes enamorarme.


La poesía te enamora, no la enamoras. Es ese ente que los antiguos griegos llamaban “Calíope”. Teniendo los nahuas otra cosmovisión, la adjuntan en una esencia, nombrada “yoltéutl”, que lleva a “tlayolteuhuiani y moyolnonotzani”. Los quechuas en cambio, le dicen “kapchyi”, y en África, los antiguos egipcios lo catalogaron "sebayt".


Años después, estoy aquí, aún existiendo, esperando existir lo suficiente para sacar al exterior todas mis catálisis artísticas y literarias, con la humilde sensibilidad de conmover, hacer sentir, y hacer pensar, a quien en su momento aprecie mis obras.





 
 
 

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